martes, 19 de enero de 2010

Suicidio neuronal masivo / Perderás de todas formas


Si consigues sorprenderla, me costará creerlo.


Si consigues ilusionarla, tardaré en aceptarlo.


Si consigues enamorarla... ¡eres un buen mentiroso!

Lo siento, cariño, pero ella ya no cree en los cuentos de hadas. Creció entre fantasmas fumando cáscaras de plátano, argumentándose entre caladas, reafirmándose entre carcajadas. Se le cayeron todos los mitos vivos, y a los muertos que idolatró los tiró de sus pedestales de dos soplidos. Quien la miró desde arriba le enseñó a subirse en la escalera. Quien se sintió humillado le enseñó a bajar un peldaño. Y desde el suelo siempre soñamos con el cielo, pero a partir de la segunda vez que subes a un avión terminas durmiendo en él y no mirando por la ventanilla.

Lo siento, cariño, pero ella ya no cree en la magia. lo primero en lo que se fija es en si tienes un As bajo la manga.

Lo siento, cariño, pero creo que terminará suicidándose en vez de pasarse la vida besando sapos.

[ella COMENZÓ el JUEGO - él OSÓ CREER que GANARÍA]
Lo siento, cariño, pero aquí todos perdemos.

domingo, 17 de enero de 2010

ALLÍ, en la inexistencia. Pero lo fuimos...


ALLÍ. Literalmente tirados en el suelo. Tirándonos de aquellas carcajadas eufóricamente ruidosas. Sólo porque era un martes inquieto, de los que había querido andar descalza, dejando que la selva textil de la alfombra me hiciera cosquillas en los pies.


Volvimos a aquel lugar en el que fuimos felices, dibujando con los dedos en el aire la fisonomía de ése sin sentido. ALLÍ el cielo nunca estaba estrellado ni te deslumbraba el sol de un verano a las tres de la tarde. Nos cubría un techo blanco en el que con letras negras y ortografía de colegial estaba escrito "un espacio en blanco es soñar". Y con la hiperactividad ansiosa por evadirnos del sin fin de esperpénticos momentos a los que la vida nos sometía nos perdimos, incitados por ese mensaje infantil, acomodándonos en lo que podía ser cualquier cosa, lugar o acontecimiento que la mente pudiera imaginar.

ALLÍ, dejó de ser un martes. ALLÍ, dejó de ser un lugar. ALLÍ, se extinguieron los complementos circunstanciales, predicados o sujetos. ALLÍ se desvanecieron los estímulos externos y se adormilaron los sentidos. ALLÍ, fuimos felices, en esa nada versátil y vulnerable a nuestro estado mentalmente libre.

Entre esa inexistencia efímera cada uno era un pensamiento diferente, cada uno se dejada absorber por una abstracción distinta. Yo soñaba sobre el mismo espacio en blanco en el que soñabas tú. Sólo ALLÍ nuestros sueños no se solapaban unos a otros, sino que coexistían sin interponerse en la realidad paralela de la que nunca supimos cómo escapar. Sólo en ese ALLÍ en el que sí que había a su vez un tiempo y un espacio acotado, del que no éramos conscientes ni partícipes, supimos cómo ser felices juntos.


Alguna vez más me he tirado sola sobre esa alfombra bajo ese techo, tirando del recuerdo de aquellas carcajadas eufóricas con las que terminamos aquellos únicos momentos en los que supimos convivir en paz.


La vida real dejó el "nosotros" en el pasado, proporcionándonos a ambos un presente individual y desvinculado en el que yo sigo encontrando muchos espacios en blanco que rellenar. Tu... te seguirás preguntando siempre por qué escribo, pues sólo estuviste ALLÍ en mi imaginación.


domingo, 10 de enero de 2010

Los 83 pasos que hay entre la puerta del teatro y el escenario

Sus ojos estaban clavados en la cuchara con la que removía la espumilla del café. Se oyó cerrarse la puerta, pero era un sonido al que no le prestó especial atención. Es tan preocupante ver a una persona sola en la mesa del fondo dando pequeños sorbitos, imnotizada por su propia mano sujeta a una taza, ausente en el largo tiempo en el que la cafeína le fluye lentamente por su ser hasta que su mente inquietamente paralizada se reactiva, emancipándose de los pensamientos que la tenían presa entre las últimas olas de los posos de café.

Sin levantar la cabeza se desarrimó de la mesa circular de manera silenciosa, levantándose de la silla lentamente y devolviéndola a su primer estado de calma perpleja junto al círculo de madera con patas metálicas. Mientras cogía su abrigo azul del respaldo sus ojos profundos recorrieron por primera vez el habitáculo cruzándose a su mirada todas aquellas que cuando entraron espectantes ya la encontraron allí, y se habían sumado muchas a lo largo de lo que duró su taza hasta vaciarse. Aligeró de repente sus movimientos hasta abrocharse el abrigo, ponerse la bufanda, andar unos pasos y coger su paraguas transparente del paragüero gris con forma psicodélica. Vi como abría la puerta suspirando, quizá agonizante ante las tantas preguntas sin respuesta de los otros ojos. Al salir miró hacia ambos lados y al tiempo en que inició su marcha hacia la izquierda abrió el paraguas de botón.

El viento cerró la puerta de golpe dándome una bofetada a canela mezclada con flores silvestres y al instante se desvaneció el aroma. Miré instintivamente la mesa del fondo con la taza ya vacía, resultándome aún más triste que mientras ella la acercaba a sus labios sin mirarme, y del mismo modo recogí deprisa mis cosas y salí a la calle siguiendo su dirección. Abriéndome camino entre las masas de paraguas de colores, buscando un olor que ya se había encargado de borrar la lluvia. Pero yo seguía andando y andando, hasta que como un destello vi cientos de gotas resbalar por un paraguas transparente en la acera de en frente.

No había horizonte, sólo la verticalidad aplastante de su mirada hasta el suelo mientras caminaba. Los escaparates reflejaban su mejilla y parte de su melena negra carbón, brillando durante los segundos de sus tres o cuatro pasos ante los focos, en el cristal.

La seguí, hasta que su paso cerrando el paraguas se detuvo frente a la puerta del teatro un instante y al segundo la perdí de vista con el movimiento de las cortinillas de terciopelo rojas que daban al interior. Y sin motivo alguno empecé a contar: -Uno, dos, tres, cuatro...- No había nadie en la entrada, -Cinco, seis, siete... así que accedí sin problemas al interior, abrí la cortina asomando la cabeza, tampoco había nadie dentro, -Catorce...- y continué mientras me envolvía entre aquella sensación de grandiosidad, -Veintiséis...- asombrado por la gran bóveda, disfrutando de la inmensa soledad, hasta llegar a rozar con las yemas de mis dedos el filo del escenario, dónde tan sólo había un paraguas transparente sobre un charco, - ochenta y tres.-



Se abrieron entonces mis ojos ante las ocho y tres minutos que marcaba mi despertador. Quien sabe si mi sueño ha acabado o es ahora cuando empieza en realidad.