domingo, 10 de enero de 2010

Los 83 pasos que hay entre la puerta del teatro y el escenario

Sus ojos estaban clavados en la cuchara con la que removía la espumilla del café. Se oyó cerrarse la puerta, pero era un sonido al que no le prestó especial atención. Es tan preocupante ver a una persona sola en la mesa del fondo dando pequeños sorbitos, imnotizada por su propia mano sujeta a una taza, ausente en el largo tiempo en el que la cafeína le fluye lentamente por su ser hasta que su mente inquietamente paralizada se reactiva, emancipándose de los pensamientos que la tenían presa entre las últimas olas de los posos de café.

Sin levantar la cabeza se desarrimó de la mesa circular de manera silenciosa, levantándose de la silla lentamente y devolviéndola a su primer estado de calma perpleja junto al círculo de madera con patas metálicas. Mientras cogía su abrigo azul del respaldo sus ojos profundos recorrieron por primera vez el habitáculo cruzándose a su mirada todas aquellas que cuando entraron espectantes ya la encontraron allí, y se habían sumado muchas a lo largo de lo que duró su taza hasta vaciarse. Aligeró de repente sus movimientos hasta abrocharse el abrigo, ponerse la bufanda, andar unos pasos y coger su paraguas transparente del paragüero gris con forma psicodélica. Vi como abría la puerta suspirando, quizá agonizante ante las tantas preguntas sin respuesta de los otros ojos. Al salir miró hacia ambos lados y al tiempo en que inició su marcha hacia la izquierda abrió el paraguas de botón.

El viento cerró la puerta de golpe dándome una bofetada a canela mezclada con flores silvestres y al instante se desvaneció el aroma. Miré instintivamente la mesa del fondo con la taza ya vacía, resultándome aún más triste que mientras ella la acercaba a sus labios sin mirarme, y del mismo modo recogí deprisa mis cosas y salí a la calle siguiendo su dirección. Abriéndome camino entre las masas de paraguas de colores, buscando un olor que ya se había encargado de borrar la lluvia. Pero yo seguía andando y andando, hasta que como un destello vi cientos de gotas resbalar por un paraguas transparente en la acera de en frente.

No había horizonte, sólo la verticalidad aplastante de su mirada hasta el suelo mientras caminaba. Los escaparates reflejaban su mejilla y parte de su melena negra carbón, brillando durante los segundos de sus tres o cuatro pasos ante los focos, en el cristal.

La seguí, hasta que su paso cerrando el paraguas se detuvo frente a la puerta del teatro un instante y al segundo la perdí de vista con el movimiento de las cortinillas de terciopelo rojas que daban al interior. Y sin motivo alguno empecé a contar: -Uno, dos, tres, cuatro...- No había nadie en la entrada, -Cinco, seis, siete... así que accedí sin problemas al interior, abrí la cortina asomando la cabeza, tampoco había nadie dentro, -Catorce...- y continué mientras me envolvía entre aquella sensación de grandiosidad, -Veintiséis...- asombrado por la gran bóveda, disfrutando de la inmensa soledad, hasta llegar a rozar con las yemas de mis dedos el filo del escenario, dónde tan sólo había un paraguas transparente sobre un charco, - ochenta y tres.-



Se abrieron entonces mis ojos ante las ocho y tres minutos que marcaba mi despertador. Quien sabe si mi sueño ha acabado o es ahora cuando empieza en realidad.

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